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(Artículo publicado originalmente en la bitácora Por la boca muere el pez y que aparece también en el Boletín nº 7 del mes de julio de 2005, EL ESCÉPTICO DIGITAL, publicado por la ARP_Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico


Entre la Ciencia y la Ficción

por Javier ARMENTIA FRUCTUOSO

(Javier ARMENTIA FRUCTUOSO es Astrofísico y Director del Planetario de Pamplona_Spain )




"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia". Son las últimas palabras del replicante Roy Batti antes de morir, en la película Blade Runner (1982) de Ridley Scott, basada en un cuento de Philip K. Dick (1928-1982). Este texto es uno de los más repetidos por Internet, por generaciones enteras de amantes de la ciencia-ficción que siguen considerando esta película de un cine negro ambientada en un multirracial San Francisco del año 2019 como uno de los mejores ejemplos del género. Dick es uno de los grandes del género literario, y uno de los que más adaptaciones ha tenido en el cine. Aunque la ciencia-ficción (por sencillez, abreviaremos como CF) tiene entidad propia dentro de la literatura, y mayor antigüedad que el cine, su relación con éste ha sido intensa, de igual manera que lo ha sido, y sigue siendo, con otros medios audiovisuales, desde el cómic a Internet. No es extraño: las historias de anticipación (término imitador, como cualquiera con que se quiera designar a la CF) han tenido siempre una componente cercana a la innovación en los medios de comunicación, a la juventud, a pesar de haber tenido épocas de altísima rentabilidad editorial. Con notables excepciones, la CF sigue siendo considerada como objeto principalmente de consumo, y poco reivindicada por los cánones literarios.

Dejando aparte la crítica literaria, sin embargo, nos encontramos con una interacción entre la CF y la ciencia muy intensa. Por un lado se trata de una relación casi obligada: una importante parte de lo que se encasilla bajo estas siglas tiene que ver con ficciones que recrean futuros más o menos lejanos, utopías o extrapolaciones a menudo basadas en los avances científicos. No siempre; hay CF que se centra en nuestra época, y un gran abanico en el que la ciencia no es tan relevante en las tramas noveladas. Por supuesto, el continuo entre CF y novela fantástica hace casi imposible a veces generalizar. Es cierto que muchos autores han reivindicado una CF dura, en la que el contenido científico o futurista es más preponderante, incluso con autores que se toman como obligación el crear mundos no sólo posibles, sino plausibles. Encontramos así que hay una extrapolación en la que se cuida mucho que los conocimientos científicos tengan sentido, y coherencia interna. Otras veces la especulación es simplemente anticientífica o pseudocientífica: una excusa para no sujetarse a las reglas del mundo en que vivimos. (Algo que pasa más a menudo, por cierto, en el cine, donde la tentación de lo sorprendente y lo visual impide la profundización).

Suele por ello confundirse a veces a los científicos con los escritores de CF. Es cierto que algunos científicos han sido autores de CF, como Fred Hoyle; y que muchos divulgadores de la ciencia también han escrito ficción (Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, incluso Carl Sagan). Pero no siempre se da así. El escritor Brian Aldiss comentaba que la CF no está escrita por científicos, de la misma manera que los relatos de fantasmas tampoco están escritos por fantasmas. Aldiss, historiador de la CF aparte de escritor, coloca las raíces del género en la explosión romántica inglesa de mediados del XIX, con el Frankenstein de Mary Shelley como novela precursora. Otros autores prefieren considerar como pioneras las novelas de Julio Verne y, sobre todo, las novelas de Herbert George Wells, marcando el comienzo del siglo XX.

Evidentemente, novelas de ficción fantástica relacionada con avances y descubrimientos existieron muchos siglos antes, y sería prolijo acudir a textos como la Biblia, o el poema de Gilgamesh, y de ahí para adelante. Uno de los primeros viajes a la Luna lo describe el escritor satírico griego Luciano de Samosata en el año 160 dC, antes de otros viajes como los soñados por Kepler, los de Cyrano y, desde luego, mucho antes de llegar a los de Verne. El término CF, en cualquier caso, nace en la tradición anglosajona a comienzos del siglo XX.

Muchos autores han explorado la interacción entre ciencia y CF, y en nuestro país Miquel Barceló (escritor y editor de CF, divulgador científico y autor de varios libros sobre este tema), o Jordi José y Manel Moreno (profesores de un curso de la Universidad Politécnica de Cataluña titulado, precisamente Física y Ciencia Ficción) han popularizado una visión que podríamos resumir con las palabras de Barceló: la ciencia es mi territorio, pero la CF es el paisaje de mis sueños. Consideran que la CF es una herramienta muy adecuada para transmitir los conocimientos científicos. A ello contribuye el que incorporar en una ficción un concepto científico permite una mayor libertad que la de que dispone el propio científico, ceñido a la objetividad de su lenguaje, o el divulgador, que siempre intenta no extrapolar más allá de lo necesario.

Por otro lado, el que este género siga teniendo una gran aceptación entre los lectores jóvenes, permite -como sucede desde hace más de cuatro decenios en EEUU y en los últimos años también en España- incorporar al currículo escolar textos de CF, en los que analizar también desde la perspectiva de la ciencia qué es lo que nos cuentan. Las experiencias muestran que, envuelta en CF, la ciencia se digiere de una manera más sencilla. El rigor, por supuesto, queda para las explicaciones en clase.

Uno de los reclamos de toda ópera espacial, subgénero dedicado a los viajes espaciales, imperios galácticos y futuros muy lejanos, es, de por sí, un imposible físico: viajar a través de las estrellas tiene la limitación de la velocidad de la luz. En el Año Einstein, resulta adecuado hacer mención expresa de que, por el momento, el viaje hiperlumínico es algo que, como los agujeros de gusano por los que atravesar el espacio-tiempo o los mismos viajes en el tiempo, no tiene cabida dentro de la ciencia más que como una especulación curiosa. Aunque dé mucho juego. Y se ha de reconocer el trabajo de algunos autores, como Orson Scott Card en su serie de libros de Ender, que incluso respetando el principio de la máxima velocidad permitida en el Universo, pueden crear una civilización que se extiende más allá del Sistema Solar.

Utopías que, algunas o acaso en parte, podrán ser realidad en el futuro. Otras (y en muchos casos añadiríamos afortunadamente) que nunca lo serán. Es ese dominio de los sueños con base científica. Con una mayor preponderancia de la física, porque el despliegue de las tecnologías desde el segundo tercio del siglo XX configuró así un género que vivió su edad de Oro (al menos la primera) con la llegada de la Era Espacial. El despliegue de la informática trajo consigo un auge distinto, en torno al denominado ciberpunk. Ahora, las nuevas ciencias biomédicas puede que nos traigan una ciencia ficción más centrada en las posibilidades de las biotecnologías, por supuesto más allá de los clones que fueron, en las novelas de CF, realidad casi un siglo antes que Dolly.

Algunas lecturas:

Miquel Barceló: "Ciencia ficción: guía de lectura", Ediciones B (1990); "Paradojas: Ciencia en la Ciencia Ficción", Ed. Equipo Sirius (2000)
Jordi José y Manel Moreno: "Fisica i ciència-ficció, Ediciones UPC" (1996)

Javier ARMENTIA
13 agosto 2005
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